Se estrenó en el Teatro Tadrón Siempre estamos en mayo y se repuso Encuentro en Roma, de Jorge Palant
¿Alcanza con juzgar y condenar a los
genocidas, torturadores y apropiadores de bebés? ¿Se hará justicia finalmente
si, algún día, se llega a juzgar y condenar a todos los responsables de la
dictadura cívico militar eclesiástica que arrasó la república y la sociedad
argentinas entre 1976 y 1983? ¿Operó únicamente entre esas fechas aquel
artefacto de mal absoluto? ¿Y antes? ¿Y después? ¿Y ahora mismo, no sigue contaminándonos
aquel veneno? Y las víctimas, ¿son solamente quienes murieron, fueron
desaparecidos o robados al nacer en aquellos años oscuros?
El
dramaturgo Jorge Palant viene haciéndose esas preguntas en sus últimas obras
teatrales, dos de las cuales se ofrecen los domingos en el Teatro Tadrón: Siempre estamos en mayo y Encuentro en Roma. La primera, un
reciente estreno dirigido por Enrique Dacal, hace foco en la destrucción del
vínculo padre-hija producido a partir de los hechos que la historia recuerda
como la “Masacre de Ezeiza”. El trágico episodio, que tuvo lugar el 20 de junio
de 1973 en ocasión de la llegada de Perón al país después de casi 18 años de
exilio, fue consecuencia del enfrentamiento entre sectores sindicales de la
derecha peronista y las organizaciones de izquierda del mismo movimiento.
Enfrentamientos de ese tipo, hay que decirlo, siguen produciéndose entre
distintos sectores políticos y económicos, aunque cambiando las balas (y no
siempre) por las no menos destructivas armas mediáticas.
Pero el
conflicto de Siempre estamos en mayo
acerca la lupa a dos personajes que no son necesariamente conscientes de
arrastrar el peso de los daños colaterales de aquellas batallas. Lina (sensible
trabajo de María Victoria Felipini) es una mujer que vuelve al país para
reclamarle a su padre (buena composición de Jorge Capussotti) por el abandono
que sufrió, junto con su madre, cuando la estampida de aquel 20 de junio los
separó. Que el padre hubiese sido por entonces un sindicalista y su madre una
joven militante de la Tendencia, (integrada por organizaciones identificadas
con el peronismo revolucionario) no le basta a Lina para explicarse el desapego
paterno que sufrió desde niña, al ser llevada por su madre al exilio que les
garantizaba a ambas la supervivencia pero la dejó a ella sin padre y sin
respuesta a infinitos interrogantes. Preguntas que, en el dramático reencuentro
que propone la obra, se van a estrellar contra nuevos y agobiados silencios.
Porque nadie quiere recordar aquel trágico junio. De ahí el título de la obra,
que evoca una frase de Los días del odio,
un texto sobre el desencuentro de padres e hijos escrito por el también autor
teatral y crítico Pablo Palant (1914-1975), donde se dice “Siempre estamos en
mayo… esperando julio”, en referencia a
la necesidad de saltearse un junio aciago cuya sola mención abre otra vez la
herida. Una llaga tan dolorosa para Lina como la decadente vejez de su padre,
otrora combativo defensor de los trabajadores y hoy rehén del Dealer (Ariel
Ragusa, convincente en el cinismo de su personaje), una suerte de “buitre” devaluado
al que se somete.
La
dirección de Dacal mantiene el dramatismo de la anécdota dentro de una
contenida tensión, sin desbordes interpretativos. Ese registro actoral permite
reconocer en los personajes, particularmente en los protagónicos, una gama
compleja de contradicciones y sinsentidos que los abruma y los hace transitar
alternativamente por el resentimiento, la culpa y el reproche, en busca de una
razón que explique la devastación interior que experimentan. Y en ese
desconcierto llegan a entrever que en aquel junio aciago, en las causas que lo
produjeron y mucho más en las violencias de la dictadura que le siguieron, tal
vez haya estado el detonante de los males que, como una reacción en cadena,
diseminaron su estigma a través de generaciones. De las que ellos y hasta el
mismo dealer no son más que emergentes individuales de una frustración
colectiva.
Con
parecido abordaje, que inscribe el desgarramiento individual en el contexto de
las secuelas de la dictadura de 1976-1983, se repuso también en Tadrón otra
obra de Palant: Encuentro en Roma. La
pieza se estrenó la pasada temporada y acumula ya varios y merecidísimos premios
y nominaciones en distintos rubros. En este caso, el vínculo madre-hija es el
síntoma que pone de manifiesto la enfermedad, mucho más abarcadora que el
conflicto entre dos personas. En una interpretación descollante que implica una
auténtica lección de teatro, la actriz Adela Gleijer es la madre que visita a
su hija, una periodista (conmovedora composición de Coni Marino) exiliada en
Roma desde que un grupo de tareas de la dictadura allanó el diario de Buenos
Aires en que trabajaba, asesinando y desapareciendo a varios colegas. El
encuentro de ambas mujeres supone la voluntad amorosa y compartida de restañar
las heridas de la separación. Pero el diálogo, postergado durante años, va
acumulando recriminaciones mutuas, demandas y entregas afectivas, manipulaciones
emocionales y verdades brutales, incompletas o a destiempo. Las réplicas, que
hunden su filo sin anestesia en los pliegues de los recuerdos y la conciencia
de cada una, dan cuenta de una comprensión muy profunda, por parte del autor,
de la naturaleza íntima de sus personajes. Y en este punto, resulta inevitable
evocar la profundidad en el análisis de lo maternofilial que supo desplegar en
su tiempo el genial Ingmar Bergman, sobre todo en su Sonata otoñal, que interpretaron magistralmente Ingrid Bergman y Liv
Ullmann. Una referencia frente a la que no empalidecen estas dos actrices
enormes a la hora de comprometerse visceralmente con sus personajes. Por su
parte, la dirección de Herminia Jensezian condujo con acierto la dinámica de
los cuerpos en escena, las luces y penumbras, la sonorización, los tonos de voz
y la gestualidad de las intérpretes, así como las situaciones que se reiteran,
con ligeras o potentes distorsiones, y que revelan los quiebres de una memoria
rota o negada.
Como
en Siempre estamos en mayo, y como en
otras piezas anteriores pero bastante recientes de su producción (La complicidad civil o Madre sin pañuelo, por ejemplo), también
en Encuentro en Roma deja Jorge
Palant un testimonio teatral de los múltiples, vigentes y no mensurables daños
colaterales que, sobre la sociedad, produjo el Estado genocida, y que no acabaron
con el fin de la dictadura. Un tema que fue abordado por otros prestigiosos
dramaturgos (Roberto Cossa, Tato Pavlovsky, Mauricio Kartun, entre otros) y sobre
el que expuso hace unos días, en una contratapa de Página 12, el crítico y pensador Noé Jitrik, bajo el título de Daño. Se trata de un texto que
recomiendo leer completo en www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-278590-2015-08-04.html,
y que en uno de sus párrafos expresa: “Parece obvio, la
dictadura causó daño. Se vio mientras estaba instalada y también mucho después,
hasta ahora. No digamos la suspensión de las garantías jurídicas y el sistema
represivo clandestino, los encierros, la tortura, los asesinatos masivos, el
secuestro de bebés, todo el esquema represivo que no sólo quitaba de
circulación a presuntos peligros políticos, guerrilleros y todo eso, sino que
suspendía al mismo tiempo la respiración de la sociedad, por empezar de los sectores
más conscientes, censurados y autocensurados, y luego penetraba solapadamente
en el ánimo de los aún menos conscientes, espectadores de un espectáculo
incomprensible aunque aceptado como una cuestión de hecho. Dejemos de lado el
silencio y la quema de libros así como la salida del país de columnas de
exiliados, cargando con una orfandad pesadamente concreta para los primeros, la
lista de males, que se suman a los tradicionales y sistémicos, es interminable,
difícil es comprender cómo reparar ese daño que se infligió a la sociedad
entera.”
SIEMPRE ESTAMOS EN MAYO
Autor: Jorge PalantIntérpretes: Ariel Ragusa, Jorge Capussotti, Maria Victoria Felipini
Dirección: Enrique Dacal
Escenografía y vestuario: Jorgelina Herrero Pons
Teatro: Tadrón (Niceto Vega y Armenia), domingos a las 18
ENCUENTRO EN ROMA
Autor: Jorge Palant
Intérpretes: Adela Gleijer, Coni Marino
Dirección, escenografía, vestuario e iluminación: Herminia Jensezian
Teatro: Tadrón (Niceto Vega y Armenia), domingos a las 20
No hay comentarios.:
Publicar un comentario