sábado, 8 de agosto de 2015

SOBRE LA CONTINUIDAD DEL MAL

 Se estrenó en el Teatro Tadrón Siempre estamos en mayo y se repuso Encuentro en Roma, de Jorge Palant
 
 
¿Alcanza con juzgar y condenar a los genocidas, torturadores y apropiadores de bebés? ¿Se hará justicia finalmente si, algún día, se llega a juzgar y condenar a todos los responsables de la dictadura cívico militar eclesiástica que arrasó la república y la sociedad argentinas entre 1976 y 1983? ¿Operó únicamente entre esas fechas aquel artefacto de mal absoluto? ¿Y antes? ¿Y después? ¿Y ahora mismo, no sigue contaminándonos aquel veneno? Y las víctimas, ¿son solamente quienes murieron, fueron desaparecidos o robados al nacer en aquellos años oscuros?

El dramaturgo Jorge Palant viene haciéndose esas preguntas en sus últimas obras teatrales, dos de las cuales se ofrecen los domingos en el Teatro Tadrón: Siempre estamos en mayo y Encuentro en Roma. La primera, un reciente estreno dirigido por Enrique Dacal, hace foco en la destrucción del vínculo padre-hija producido a partir de los hechos que la historia recuerda como la “Masacre de Ezeiza”. El trágico episodio, que tuvo lugar el 20 de junio de 1973 en ocasión de la llegada de Perón al país después de casi 18 años de exilio, fue consecuencia del enfrentamiento entre sectores sindicales de la derecha peronista y las organizaciones de izquierda del mismo movimiento. Enfrentamientos de ese tipo, hay que decirlo, siguen produciéndose entre distintos sectores políticos y económicos, aunque cambiando las balas (y no siempre) por las no menos destructivas armas mediáticas.

Pero el conflicto de Siempre estamos en mayo acerca la lupa a dos personajes que no son necesariamente conscientes de arrastrar el peso de los daños colaterales de aquellas batallas. Lina (sensible trabajo de María Victoria Felipini) es una mujer que vuelve al país para reclamarle a su padre (buena composición de Jorge Capussotti) por el abandono que sufrió, junto con su madre, cuando la estampida de aquel 20 de junio los separó. Que el padre hubiese sido por entonces un sindicalista y su madre una joven militante de la Tendencia, (integrada por organizaciones identificadas con el peronismo revolucionario) no le basta a Lina para explicarse el desapego paterno que sufrió desde niña, al ser llevada por su madre al exilio que les garantizaba a ambas la supervivencia pero la dejó a ella sin padre y sin respuesta a infinitos interrogantes. Preguntas que, en el dramático reencuentro que propone la obra, se van a estrellar contra nuevos y agobiados silencios. Porque nadie quiere recordar aquel trágico junio. De ahí el título de la obra, que evoca una frase de Los días del odio, un texto sobre el desencuentro de padres e hijos escrito por el también autor teatral y crítico Pablo Palant (1914-1975), donde se dice “Siempre estamos en mayo… esperando  julio”, en referencia a la necesidad de saltearse un junio aciago cuya sola mención abre otra vez la herida. Una llaga tan dolorosa para Lina como la decadente vejez de su padre, otrora combativo defensor de los trabajadores y hoy rehén del Dealer (Ariel Ragusa, convincente en el cinismo de su personaje), una suerte de “buitre” devaluado al que se somete.

            La dirección de Dacal mantiene el dramatismo de la anécdota dentro de una contenida tensión, sin desbordes interpretativos. Ese registro actoral permite reconocer en los personajes, particularmente en los protagónicos, una gama compleja de contradicciones y sinsentidos que los abruma y los hace transitar alternativamente por el resentimiento, la culpa y el reproche, en busca de una razón que explique la devastación interior que experimentan. Y en ese desconcierto llegan a entrever que en aquel junio aciago, en las causas que lo produjeron y mucho más en las violencias de la dictadura que le siguieron, tal vez haya estado el detonante de los males que, como una reacción en cadena, diseminaron su estigma a través de generaciones. De las que ellos y hasta el mismo dealer no son más que emergentes individuales de una frustración colectiva.  

            Con parecido abordaje, que inscribe el desgarramiento individual en el contexto de las secuelas de la dictadura de 1976-1983, se repuso también en Tadrón otra obra de Palant: Encuentro en Roma. La pieza se estrenó la pasada temporada y acumula ya varios y merecidísimos premios y nominaciones en distintos rubros. En este caso, el vínculo madre-hija es el síntoma que pone de manifiesto la enfermedad, mucho más abarcadora que el conflicto entre dos personas. En una interpretación descollante que implica una auténtica lección de teatro, la actriz Adela Gleijer es la madre que visita a su hija, una periodista (conmovedora composición de Coni Marino) exiliada en Roma desde que un grupo de tareas de la dictadura allanó el diario de Buenos Aires en que trabajaba, asesinando y desapareciendo a varios colegas. El encuentro de ambas mujeres supone la voluntad amorosa y compartida de restañar las heridas de la separación. Pero el diálogo, postergado durante años, va acumulando recriminaciones mutuas, demandas y entregas afectivas, manipulaciones emocionales y verdades brutales, incompletas o a destiempo. Las réplicas, que hunden su filo sin anestesia en los pliegues de los recuerdos y la conciencia de cada una, dan cuenta de una comprensión muy profunda, por parte del autor, de la naturaleza íntima de sus personajes. Y en este punto, resulta inevitable evocar la profundidad en el análisis de lo maternofilial que supo desplegar en su tiempo el genial Ingmar Bergman, sobre todo en su Sonata otoñal, que interpretaron magistralmente Ingrid Bergman y Liv Ullmann. Una referencia frente a la que no empalidecen estas dos actrices enormes a la hora de comprometerse visceralmente con sus personajes. Por su parte, la dirección de Herminia Jensezian condujo con acierto la dinámica de los cuerpos en escena, las luces y penumbras, la sonorización, los tonos de voz y la gestualidad de las intérpretes, así como las situaciones que se reiteran, con ligeras o potentes distorsiones, y que revelan los quiebres de una memoria rota o negada. 
 
         Como en Siempre estamos en mayo, y como en otras piezas anteriores pero bastante recientes de su producción (La complicidad civil o Madre sin pañuelo, por ejemplo), también en Encuentro en Roma deja Jorge Palant un testimonio teatral de los múltiples, vigentes y no mensurables daños colaterales que, sobre la sociedad, produjo el Estado genocida, y que no acabaron con el fin de la dictadura. Un tema que fue abordado por otros prestigiosos dramaturgos (Roberto Cossa, Tato Pavlovsky, Mauricio Kartun, entre otros) y sobre el que expuso hace unos días, en una contratapa de Página 12, el crítico y pensador Noé Jitrik, bajo el título de Daño. Se trata de un texto que recomiendo leer completo en www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-278590-2015-08-04.html, y que en uno de sus párrafos expresa: Parece obvio, la dictadura causó daño. Se vio mientras estaba instalada y también mucho después, hasta ahora. No digamos la suspensión de las garantías jurídicas y el sistema represivo clandestino, los encierros, la tortura, los asesinatos masivos, el secuestro de bebés, todo el esquema represivo que no sólo quitaba de circulación a presuntos peligros políticos, guerrilleros y todo eso, sino que suspendía al mismo tiempo la respiración de la sociedad, por empezar de los sectores más conscientes, censurados y autocensurados, y luego penetraba solapadamente en el ánimo de los aún menos conscientes, espectadores de un espectáculo incomprensible aunque aceptado como una cuestión de hecho. Dejemos de lado el silencio y la quema de libros así como la salida del país de columnas de exiliados, cargando con una orfandad pesadamente concreta para los primeros, la lista de males, que se suman a los tradicionales y sistémicos, es interminable, difícil es comprender cómo reparar ese daño que se infligió a la sociedad entera.”

       Definitivamente, el debate sobre ese daño no es viejo aunque arranque en los 70 y las cuestiones a debatir no están ancladas en lo sucedido hace casi cuatro décadas sino que permanecen en un presente de impunidades múltiples y de sufrimientos transversales a varias generaciones. Los discursos de la Justicia, de la política y de los medios, salvo excepciones, se han prostituido hasta el vaciamiento, se han vuelto incapaces de reparación alguna. Pero aquí está el teatro, con su voz antigua y siempre nueva. Alguien tiene que intentarlo.

SIEMPRE ESTAMOS EN MAYO
Autor: Jorge Palant
Intérpretes: Ariel Ragusa, Jorge Capussotti, Maria Victoria Felipini
Dirección: Enrique Dacal
Escenografía y vestuario: Jorgelina Herrero Pons
Teatro: Tadrón (Niceto Vega y Armenia), domingos a las 18

ENCUENTRO EN ROMA
Autor: Jorge Palant
Intérpretes: Adela Gleijer, Coni Marino
Dirección, escenografía, vestuario e iluminación: Herminia Jensezian
Teatro: Tadrón (Niceto Vega y Armenia), domingos a las 20

 

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