lunes, 30 de diciembre de 2024

UNA GENERACIÓN

En su poema Una generación, Julio Fernández Baraibar confirma la versatilidad de su talento literario. A su dominio del ensayo histórico o político, a su estilo periodístico, tan riguroso como polémico, o a su solvencia como guionista cinematográfico, suma una obra poética que abarca tanto formatos tradicionales (sonetos, décimas, odas o epigramas) como osados experimentos estéticos. Tras esta sintética presentación -que podrá ampliarse con cualquier consulta a la IA o a un buscador de la web- aviso que tutearé al autor en esta suerte de reseña de su poema, en atención a los años de juvenil militancia compartida, pasando por alto el riesgo de que se dude de la supuesta objetividad de mis opiniones. Y declaro que Julio ha vuelto a conmoverme con este poema, que definiría como un documental lírico-filiatorio de quienes, al filo de la octava década y cabalgando entre dos siglos, nos reconocemos en la común y polisémica identidad de “compañeros”. A tal punto que empecé a escribirle un correo como devolución amistosa a su inspirada creación y terminé extendiéndome en reflexiones que quiero compartir, junto con el enlace a su blog http://jfernandezbaraibar.blogspot.com/ que recomiendo visitar, y no sólo para que lean la pieza que motiva estas líneas. Así le decía en mi correo, donde no hago -lo admito- ninguna concesión a la síntesis ni a las demandas del lector modelo siglo XXI en materia de brevedad textual: Hola, Julio, finalmente pude leer, varias veces por cierto, tu poema Una generación. Por qué varias veces, te preguntarás, ya que no se trata de poesía metafísica ni abstracta, está escrita en un estilo directo y habla de acontecimientos reconocibles. Por una parte, en términos personales, porque me da placer recorrer dos o tres veces la buena escritura: más allá de lo meramente informativo, un párrafo o unos versos logrados me producen cierto solaz de orden más sensual que racional. Tu poesía sería un caso. Pero además, y como te será fácil adivinar, porque el tema me sensibiliza, me compromete. En realidad, considero que lo genuinamente poético siempre es inclusivo con quien lee. Es un género que abarca al lector. Aunque no se entienda del todo, aunque se trate de poesía del absurdo o muy subjetiva, quien la lee, antes o después, se siente descubierto. En algún verso, en alguna palabra, se ve de repente el reflejo de uno mismo. Y cuando uno se reconoce (“yo podría haber sido ese personaje”, o “yo jamás haría eso”, o “yo conozco alguien así”, o “yo siento que es así pero no soy capaz de expresarlo”), cuando el poema sintetiza algo que nos pertenece, uno no sale indemne de esa lectura. Se trate de Borges o de Tuñón, de Keats, del Dante o de Vallejo, de Manzi o de Pizarnik, la poesía habla de uno. No de todos, sino de cada uno. Pero si esto es así en general, en Una generación ese efecto-espejo se condensa y particulariza en quienes, en la Argentina, vivimos ese segmento del tiempo histórico sintetizado en el título. Y se expande a lo largo de los 345 versos que delimitan las existencias de los que nacimos cuando el siglo XX se arrimaba a su primera mitad y hoy, al filo del primer cuarto del XXI, nos sabemos biológicamente en retirada, con una revolución inconclusa y sin haber conseguido emanciparnos del sometimiento colonial. También la primera del plural, que usás en casi todo el poema, nos incluye de manera inescapable desde la sintaxis. Y el pormenorizado testimonio que implica cada episodio del devenir narrado por el poema nos llama por nuestro nombre, por nuestro alias de la clandestinidad, o por el épico apelativo que soñamos merecer antes del naufragio y que hoy se vació de sentido. A ese llamado responde por mí la perturbación que me embarga al confirmar que no estuvimos a la altura de nuestros sueños. Un desasosiego que se potencia al no saber si, quienes vienen detrás, querrán seguir soñándolos. Pero más allá del impacto personal que me generó, creo, Julio, que puedo reseñar más o menos objetivamente esta obra, según me pediste. Es una elegía que canta y cuenta los hasta ahora fallidos intentos de una generación por transformar las estructuras injustas de la sociedad. Y lo enuncia rompiendo, simbólica y literalmente, la estructura tradicional en hexámetros y pentámetros de esa forma poética. Porque no hay aquí forma y contenido diferenciables sino una intimidad indisoluble entre lo que se dice y cómo es dicho. Has respetado la austeridad que piden los significados, prescindiendo de los recursos que podrían maquillar formalmente la composición. Elegiste un lenguaje llano, sin eufemismos ni excesiva adjetivación, evitando la rima o el fraseo rítmico de una métrica regulada. Si bien tu obra poética anterior muestra tu dominio de esas técnicas (lo vimos en tus sonetos, tus décimas y un poco en obras de largo aliento como Venezuela le puso don Américo o El ombú de Lula), aquí había que encontrar la manera abierta, histórica, desnuda, que fuera capaz de contar este tiempo roto, explotado, al que no corresponde la armonía de la poesía clásica La estructura del poema tiene la dinámica del movimiento, del itinerario. Vemos la infancia de nuestra generación creciendo en el país donde “los trabajadores, los empleados de comercio,/las cocineras y las sirvientas,/los peones, los albañiles/y hasta los militares/ se volvieron peronistas”. Más adelante, como en una road movie temporal, se pasa a la época en que “Vimos, oímos, supimos, nos enteramos /que aviones argentinos, con pilotos argentinos, /habían ametrallado a argentinos de a pie, /que los habían matado, destrozado, amputado”. Luego se describen cambios culturales cuya aparente trivialidad esconde en realidad profundos significados: “Nuestras chicas usaban / conjuntos de banlon y “chatitas”, / botas y minifaldas”. Se atraviesan después los tiempos más atroces del siglo: “Defendimos lo que quedaba /de voluntad popular / hasta que, una horrible noche, / se descargó la noche, la metralla, / el falcon verde, la picana, / la desaparición y la muerte clandestina”. El racconto termina en un presente complejo, doloroso, que nos encuentra “viviendo el infierno / de una historia cíclica / en hélices descendentes. /Nos queda, eso sí, /la esperanza en el futuro, / en que los mandatos históricos / son, por fin, cumplidos”. Son escenas que se encadenan en secuencias cinemáticas y, de ese modo, testimonian que por aquí pasamos. Acaso alguna de nuestras huellas inscritas en el poema, que vuelvo a releer, sirva a quienes dibujen el mapa de lo que falta recorrer. Una generación es también homenaje a los luchadores del siglo que no traicionaron ni claudicaron, como el compañero Héctor Recalde. Y es, a la vez, memoria y legado para que nuestros nietos, o los nietos de nuestros nietos, conquisten por fin esa felicidad que, aunque pequeña, alcance para todos. Esa felicidad posible que, ahora que convivimos con el mal absoluto de la ultraderecha fascista, sabemos que sólo se logrará mediante la revolución en su acepción físico-mecánica: una vuelta de 180 grados sobre su eje. Pero ése será otro poema. Y lo escribirá un poeta de otra generación. Es lo que vaticina, discreta pero alegremente, la “retirada” murguera con que concluye tu canto. Aunque más que vaticinio es certeza: “El siguiente Carnaval/ nos tendrá como estandarte”, promete la comparsa. Es que la porfiada resistencia nacional y popular de la Argentina hizo suyo el signo de los dedos en V. Y cuando la Victoria es esquiva, la consigna, siempre, es Volver.