El teatro ha sido siempre uno de los temas recurrentes del teatro. Sobran los ejemplos, incluyendo paradigmas del canon, como la emblemática escena de Hamlet, pasando por El gran teatro del mundo o La vida es sueño, de Calderón, o tantas obras de Lope, de Beckett, de Genet o de autores contemporáneos, argentinos y universales. En este caso, lo metateatral de Despedida en Paris no utiliza exactamente el recurso del “teatro dentro del teatro” sino que invita a acercarse a la intimidad del oficio –y a las de sus oficiantes-- a través de la subjetividad de dos divas de existencia real en la escena europea decimonónica: la italiana Eleonora Duse y la francesa Sarah Bernhardt.
Aunque no hay documento histórico que lo acredite,
pudieron haberse encontrado, en la estación de trenes de Paris donde ambas
coinciden según la ficción, o en cualquier otra locación. Pero es precisamente
esa incierta probabilidad, contrafáctica pero factible a la vez, lo que permite
a la trama trascender los límites estrictos de lo biográfico para alcanzar la misteriosa
complejidad de lo azaroso y su consecuencia: la rica semblanza poética de ambas
mujeres. Porque en la estación de tren parisina donde la Duse espera partir,
luego de una temporada exitosa en el Théâtre de la Renaissance (que la gran Sarah regentea), tiene
lugar un diálogo que perfectamente pudo haber ocurrido entre aquellas dos
rivales exquisitas, y a través del cual cada una va revelando sus talentos y
vulnerabilidades, su vanidad y su glamour, sus heridas y sus fortalezas, sus
amores y sus soledades.
El texto de Raúl Brambilla revela
una investigación rigurosa sobre la vida y personalidad de esas dos figuras
míticas que rivalizaron en talento dramático y en la aspiración a ser
consideradas, por el público y la crítica, como la más extraordinaria actriz de
la época. Pero ni la impecable arquitectura argumental, ni las inteligentes
réplicas, a veces cargadas de ácido humor, a veces de desgarrante sinceridad,
ni el ajustado tratamiento lumínico de la puesta, ni la expresividad del
vestuario y el maquillaje, ni el adecuadísimo marco que ofrece la sala pequeña
del Teatro de la Comedia habrían tenido el lucimiento que celebraron los
aplausos de pie de toda la platea si la obra no hubiese contado con las
soberbias interpretaciones de Fernanda Mistral en el papel de Sarah y de Stella
Matute en el de Eleonora.
Cuesta imaginar, después de
asistir a la representación, que la dirección (también a cargo del autor)
hubiese podido obtener igual resultado con otro elenco. La altanera elegancia
de la Bernhardt, con la que arremetió contra su origen (su madre era una
cortesana y su padre, desconocido) y contra su renguera y posterior amputación
de una pierna, encuentra una síntesis en el porte de la intérprete y termina
por ser una segunda piel sobre el cuerpo, la gestualidad y los tonos de la
Mistral. Y frente a ella, la imagen de la italiana compite en sordo y refinado
duelo. Una década más joven y dueña de una seguridad en sus dotes histriónicas
(había nacido en el seno de una familia de actores), la Duse revive en la inspirada
Matute quien, como su criatura de ficción, aparece con un vestuario más sobrio
y sin maquillaje (cuentan las crónicas que así hacía aparecer a voluntad el
rubor de las mejillas, para comunicar ciertas emociones). Dos actuaciones
absolutamente memorables para hablar del oficio teatral, de los estilos de
actuación, de la época, del éxito y de sus dos condiciones: la embriaguez y la
fragilidad.
Autor: Raúl Brambilla
Intérpretes: Stella Matute, Fernanda Mistral
Ambientación: Cecilia Carini
Maquillaje y peinados: Alberto Moccia
Diseño de vestuario: Cecilia Carini
Diseño de luces: Cristian Páez
Realización de vestuario: Carmen Montecalvo
Fotografía: Gabriel Machado
Diseño gráfico: Ricardo Carrizo
Asistencia general: Yanina Vitcopp
Asistente de dirección y producción: Ailin Gutiérrez
Dirección: Raúl Brambilla
Teatro de la Comedia, Rodríguez Peña 1062
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