martes, 27 de agosto de 2024

CAE LA NOCHE TROPICAL

Tremendo desafío actoral el que, por sexta temporada, siguen afrontando Ingrid Pelicori y Leonor Manso como dos hermanas octogenarias, en Cae la noche tropical, la obra que va los viernes y sábados a las 19, gratis, en el Centro Cultural Borges. Los movimientos, los gestos y la voz de dos ancianas de ficción se instalan como dueñas naturales en los cuerpos de cada una de estas enormes actrices. Es que Manso y Pelicori, con refinado dominio del oficio, se la hacen fácil a Nidia y Luci, dos argentinas que la tuvieron difícil en los años de la última dictadura. La novela de Manuel Puig (1932-1990) que Santiago Loza y Pablo Messiez adaptaron para la escena con dirección del segundo, y que recorrió varias temporadas exitosas en el Teatro San Martín y salas comerciales, recrea el ritual de mate y charla que comparten dos mujeres en el departamento de su exilio en Río de Janeiro, promediando los años 80 del pasado siglo. Charlas en registro popular-familiar, enriquecidas con el trueque de confidencias, mensajes grabados en casetes, oferta-demanda de cuidado y cariño, cartas que van y vienen y chismes en clave de melodrama. Sobre todo, chismes relativos a la vida sentimental de la joven Silvia (convincente interpretación de la talentosa Carolina Tejeda), una psicóloga también exiliada que, paradójicamente, alivia su angustia confiándole sus cuitas a su vecina Luci. Íntegramente dialogado, el texto original desarrolla la trama y ambienta el contexto a través del habla familiar. Ya la novela prescinde del narrador omnisciente, un rasgo de estilo en Puig, que libera así a los personajes de la tutela intelectual del escritor. A la vez, les facilita el camino al escenario. Son conversaciones que reemplazan la acción; o sólo la inducen en el imaginario de quien escucha, a la manera de los relatos de Sherezade en Las mil y una noches. Si bien la acción se considera esencial en el teatro, el autor ya había transgredido ese principio en obras que adaptó o escribió directamente para la escena, como El beso de la mujer araña o El misterio del ramo de rosas, donde los personajes están en una situación de encierro (en una prisión, en la primera obra; en una sala de hospital, en la segunda). Reducir al máximo el espacio de las acciones físicas es un desafío de teatralidad, que se sortea con la micropotencia expresiva del rictus, el fraseo, los silencios, los actos mínimos. Exigencia mayúscula a la que estas actrices responden con sensibles hallazgos interpretativos. Las protagonistas de Cae la noche tropical tienen su movilidad reducida por la edad, una carencia que tensa los extremos de ridiculez y dramatismo. Entre los que transita, hay que decirlo, la mismísima existencia humana en todos sus estadíos. No es inocente en Puig -que nunca es inocente- hacer foco en criaturas pertenecientes a minorías excluidas. Aquí no es la disidencia sexual, como en El beso…, tampoco la condición social, como en El misterio…; es la edad avanzada de las protagonistas lo que hace de su sedentarismo un ingrediente dramático. Y es en los cuerpos dúctiles de las actrices donde las hermanas Nidia y Luci encuentran su propio y torpe andar para llegar hasta las dos sillas que las esperan en el jardín. Sentadas frente al público, sin el glamour hegemónico de las heroínas tradicionales, sobrellevando artrosis, hipoacusias y pérdidas varias, con las acciones pasivas propias de su edad, las dos mujeres hablan de sus achaques, exhiben sus prejuicios o añoran ardores juveniles con la memoria ya marchita. Y el parpadeo, el temblor de las manos o la voz disfónica significan tanto (¿o más?) como el dinamismo coreográfico de la mejor comedia de puertas. Pero es la conversación y puntualmente el chisme, lo que hace que esta historia publicada en 1988 (apenas dos años antes de la muerte del autor) llegue recargada al teatro del siglo XXI. Los chismes de vecindario que Puig conoció de primera mano en su General Villegas natal y que en Cae la noche tropical llenan los vacíos de dos viejitas de ficción, fueron el dispositivo de comunicación de las comunidades desde que la especie humana construyó el lenguaje. Con sus verdades, sus mentiras y las infinitas combinaciones de unas y otras, el chisme fue el modo natural y popular de producir, negociar e intercambiar significados, así como de generar y comunicar cultura, visiones del mundo. Que después, el saber-poder de las elites institucionalizó. O no. Eso hasta la aparición del tecno-chisme o la viralización planetaria e inmediata de la mentira por redes sociales. Se ha decidido llamar a este fenómeno Posverdad. A mi modesto entender es sencillamente Mentira. Hasta no hace mucho, la verdad era una categoría que interactuaba con el error, la equivocación y también con la trampa y la mentira. Hoy la verdad no interesa. Por eso cuando queda claro que lo que prometió en campaña y lo que dice en sus discursos el Gobierno está lleno de mentiras y datos falsos, las mayorías que lo votaron no se consideran engañadas. La verdad no importa, en consecuencia, tampoco importa la palabra que la nombra, que la busca. Por eso el lenguaje se degrada hacia el insulto, hacia la procacidad. En cambio, ver en escena a tres actrices que saben recrear con verdad a tres mujeres de la época en que los chismes eran capaces de reparar un sueño roto o, aunque sea, un dolor de rodilla, es una buena opción para estos tiempos. La recomiendo, les va a hacer bien. FICHA TÉCNICA Actúan: Leonor Manso, Ingrid Pelicori, Carolina Tejeda Vestuario: Renata Schussheim Escenografía: Mariana Tirantte Iluminación: Rodolfo Eversdijk Música original: Carmen Baliero Entrenamiento corporal: Lucas Condró Asistencia de producción: Claudia Quinteros Dirección: Pablo Messiez Dirección de reposición: Leonor Manso Sala: Astor Piazzolla, Centro Cultural Borges, viernes y sábado a las 19, gratis