La vida de Eduardo Pavlovsky compartió siempre su itinerario con la del país. Fue una interacción a veces polémica, siempre iluminadora de las alternancias y paradojas de dictaduras y democracias, decadencia y florecimiento, realismo y vanguardia, miseria y opulencia, complicidades y enfrentamientos que caracterizan a
En el repaso de los cruces entre su inicial vocación psicoanalítica, la
ruptura con la ortodoxia de la especialidad, el juvenil descubrimiento del
teatro tras una reveladora representación de Esperando a Godot, y el inmediato ingreso a una exitosa carrera
como actor y dramaturgo que continúa hoy con indeclinable vigor creativo, cada
una de esas instancias está profundamente implicada en las otras. Y al autor de
Rojos globos rojos le gusta destacar
que lo teatral le permitió ampliar y profundizar la mirada del psicoanálisis
sobre lo humano y lo político, hasta abarcar las multiplicidades de lo real.
Ejemplo de ello es el alarido humano y monstruoso a la vez que proyectan desde
sus obras personajes capaces de torturar y amar simultáneamente a sus víctimas.
El universo Pavlovsky incluye desde la carcajada hasta el horror.
(Fragmento del prólogo de Eduardo Pavlovsky: "Soy como un lobo, siempre voy por el borde", el libro de entrevistas con el autor de Potestad o Sólo brumas, que tuve el privilegio de escribir y publicar en Capital Intelectual, en 2008)
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